JESUS. MENSAJE DE
            [016][240]

 
   
 

 

 
                  
   Presentar una síntesis de la doctrina que Jesús proclamó a lo largo de su vida de Maestro, o rabino ambulante, es casi imposible por tres motivos:

   1º Los evangelistas en sus relatos no pretendieron hacer una exposición sistemática y ordenada de lo que Jesús enseñó. Su intención fue sólo recoger para sus destinatarios "los dichos y hechos de Jesús", según expresión antigua de los primeros cristianos.
   Es probable que el mismo Jesús, en su predicación por las aldeas y entre las gentes sencillas, no tuvo la intención de ordenar sus enseñanzas. Su mensaje era más vital que lógico; y, por lo tanto, se iba acomodando a las circunstancias de las per­sonas y de los lugares, más que al orden de las doc­trinas.

   2º Lo recogido en los Evangelios no es todo "lo que Jesús dijo e hizo" en su vida de predicador ambulante. "Si se fuera a escribir todo, no cabrían en el mundo los libros que se habían de hacer." (Jn. 21.2­5)
   Resulta imposible perfilar un mapa conceptual de toda la doctri­na de Jesús. Abarca, al menos en germen, todo lo que el cristianismo implica de mensaje en todos los campos y perspectivas. Miles de veces lo han intentado los grandes escritores cristianos de todos los tiempos y lo seguirán haciendo hasta el final del mundo.
 
   3º Es interesante contrastar además que, si nos atenemos a la cronología reflejada en el Evangelio, la predicación de Jesús fue muy corta en duración, al menos al compararla con los años de trabajo en Nazareth.
   Jesús estuvo unos 30 meses proclAmando su mensaje y su misión mesiánica: desde el bautismo en el Jordán hasta la primera pascua; un año hasta la segunda pascua; y otro hasta la pascua siguiente en la que murió en la cruz.

    Llamamos Evangelio, o buena noticia, a esa comuni­cación que Jesús nos hace con sus obras y con sus palabras. Los cuatro evangelistas recogen lo que se refiere a ese período breve. Se puede cons­truir un esquema, pero no completo.
   Serán los otros 23 escritos del Nuevo Testamento (Epístolas, Hechos y Apocalipsis) y la misma Tradición (escritores, plegarias, recuerdos) la fuente complementaria para ordenar los gérmenes latentes en los textos evangélicos primitivos. Todo ello transmite un "kerigma", no una "doctrina" o sistema doctrinal.
   Por lo demás, no es el orden lógico y teológico del mensaje de Jesús lo que interesa en catequesis, sino su contenido, su mensaje salvador, su plenitud vital.
   Y desde luego, se actuará en catequesis con sencillez y sin excesivos alardes exegéticos. Para los expertos quedan otras dimensiones complejas: realidad y perspectivas humanas de la vida de Jesús de Nazareth, cronología, antropología o sociología latentes en el trasfondo de los Evangelios, influencias de los entornos creyentes en que se escriben y se divulgan, etc.

   1. Ministerio público

   Es tradicional llamar "Vida pública de Cristo" al período breve de su predicación por el territorio de Galilea, Judea, y Samaría, y por los otros lugares como la Decápolis, la Perea, e incluso la zona próxima sirofenicia, que también son aludidos en los textos evangélicos.
   Los Evangelios sinópticos intentan reflejar esa actividad de Cristo y relatan el ministerio público de Jesús, que comenzó tras el bautismo en el Jordán y después del tiempo que pasó en el desierto preparándose con el ayuno y la oración. Los tres Sinópticos describen las tentaciones de Satán y la victoria profética y mesiánica del Salvador (Mt. 4. 3-9; Lc. 4. 3-12; Mc. 1 .12). Después del encarcelamiento y muerte de Juan Bautista, Jesús asumió el protagonismo de una predicación ambulante llena de enseñanzas y de "signos" de la autoridad divina de la que era portador.
   Aunque Jesús regresó a su lugar de Nazareth (Lc. 4. 16-30), pronto se centró su vida en Cafarnaum, junto al lago. Era ciudad multirracial y más grande, donde podía pasar desapercibido y librar sus enseñanzas de los conflictos con los más celosos de su pueblo y de la sina­goga de Nazareth. Sabía que "ningún profeta es recibido en su propia patria." (Lc. 4. 24)

   Elegidos sus discípulos (Mt. 1. 40-51), organizó la comunidad estable que le apoyaría y que luego sería su sucesora en la trans­misión del mensaje salvador del que era portador. Sus primeros seguidores fueron "Simón, que se llama Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano" (Mt. 4. 21). Más adelante el número de Apóstoles llegó a los doce, que simbolizarían el nuevo pueblo de Israel, en donde las viejas doce tribus irían quedando reemplazadas por la nueva sociedad, que es la Iglesia. Al poco tiempo de comenzar su misión de "Maestro, de Testigo y de Profeta", Jesús se manifestaba ya como lo que era, "Mesías, Rey y Salvador."

   2. La forma del mensaje

   Jesús se acomodó en sus enseñanzas a los usos habituales en aquellos rabinos o maestros ambulantes que, dependientes de los sacerdotes del templo de Jerusalén, discurrían por las aldeas y poblados, para mantener la fidelidad del pueblo a la religión de sus mayores.
   El centro de la vida religiosa cotidiana se hallaba en la sinagoga de cada lugar, como lugar religioso de referencia. La relación con el Templo de Jerusalén era más remota: anual para los varones y mucho más ocasional para las mujeres. Pero la vida de los judíos, y Jesús era judío, estuvo centrada en la Ley.
   Jesús no se instaló en Jerusalén, como los escribas o "maestros de la Ley" más importantes. Fue a buscar a las ovejas de Israel por todas las aldeas y poblados de "Palestina". Lo dijo bien claro: "He venido para las ovejas descarriadas de Israel." (Mt. 15.24)
   Enseñaba con sencillez y, al mismo tiempo, con sabiduría sorprendente: "¿Cómo sabe éste las letras si no las ha estudiado?" (Jn. 7. 15). Y hacía sus signos maravillosos, los cuales confirmaban su autoridad divina, allí donde surgía la ocasión y sobre todo "donde había fe".
   Anunciaba la nueva forma del Reino de Dios por los caminos, en las laderas de un monte o en las riberas del lago, en las plazas y en los pórticos del Templo, en donde se reunían peregrinos.
    También entraba en diversas sinagogas de los lugares por los que intencionadamente pasaba.

  
2.1. Por encima de la Ley

   Lo audaz de su mensaje era procla­marlo por encima de la Ley misma. No era men­saje de ruptura con las normas legales de Moisés, sino de superación de las meras tradiciones. No iba contra el Templo o la Ley, sino que se ponía por encima de ambos. "No he venido a destruir la Ley y a los profetas, sino a darles cumplimiento" (Mt. 5. 17). Sabía, y explícitamente afirmaba, que la Ley y los Profetas "habían durado hasta Juan" (Mt. 11. 13), pero que su tiempo había sido superado, precisamente con su venida mesiánica.
   Esa actitud de Jesús resultaba desconcertante, pero no arrogante: era escandalosa para los fariseos, pero maravillosa para las gentes sencillas que decla­raban: "Jamás nadie ha hablado como este hombre" (Jn. 7. 46). Su forma de exponer su doctrina "no era como las de sus escribas" (Mc. 1.22; Jn. 12. 19). La originalidad de su actuación de Rabino queda patente en los textos evangélicos que recogen su actuación humana.
   Es difícil, por no decir imposible, deslindar lo que, en los procedimientos de Jesús, hay de testimonio admirado de los evangelistas, lo que hay de realidad en la vida sencilla de Jesús. Sin embargo, no cabe duda de que la energía de sus predicación era aurora y reflejo de nuevos tiempos, una Alianza de salvación y de amor, diferente de la irritante minuciosidad legalista de los fariseos y del escepticismo saduceo imperante en los interesados dirigentes del Templo.
   Jesús era exigente y diferente en su doctrina: reclamaba la bondad de corazón, el perdón de los enemigos, la oración más sincera e interior, el respeto a la mujer, la ayuda al necesitado, la sinceridad en las palabras, la pureza en las intenciones, el desprendimiento de los bienes materiales, el cumplimiento de las leyes de las autoridades terrenas.
   Condenaba con vehemencia la hipocresía, la explotación de los débiles, la piedad falsa, la violación de la propia conciencia y el escándalo de los inocentes (Mt. 18.6-7; Mt. 5.30).
   Se relacionaba con los pecadores, con los publicanos, con los niños, con las mujeres, con los soldados, con los criados, con los samaritanos y con los extranjeros y también con los "doctores en la Ley" (Jn. 12. 20).
   Sus preferencias estaban, sobre todo, con el pueblo ignorante, sin alar­des farisaicos y sin argucias saduceas. No se consideraba superior, sino salvador. Anunciaba, no sus ocurrencias, sino la doctrina recibida de su Padre" (Jn. 5.30 y 37; Jn. 10.38; Jn. 12.44)

 

   2.2. Por encima del Templo.

   El ponerse por encima del Templo era consecuencia de su superación de la Ley. Simplemente declaraba su oposición al monopolio cultual de Jerusalén opuesto a la verdadera voluntad de Dios: "Mujer, viene el tiempo, y estamos en él, en que ni en este lugar ni en Jerusalén se adorará a Dios, sino en todas partes se tributará culto al Padre con espíritu y verdad." (Jn. 4. 20-22)
   Las relaciones de Jesús con el Templo eran al mismo tiempo de respeto al Padre y de amor al culto interior; es decir, expresaba su preferencia por la oración sincera y rechazaba el ritualismo exterior del sacrificio. Lo decía en sus condenas a los "escribas y fariseos." (Mt. 23. 1-20). Y lo practicaba personalmente: nunca se dice en el texto evangélico que ofreciera una víctima en los altares del templo y repetidas veces se habla de sus plegarias personales o de sus deseos de enseñar a orar a sus discípulos ante su demanda. (Lc. 6. 12; Lc. 11. 1; Mt 6. 9-15)
    Incluso reclamaba la purificación del templo, simbolizada en la expulsión de los traficantes: "Estáis haciendo una cueva de ladrones de la casa de mi Padre". (Mt. 21. 12; Mc. 11. 16; Lc. 19. 45-48; y Jn 2. 13-22). Conocía la próxi­ma "destrucción del templo y que no quedaría piedra sobre piedra" (Lc. 21. 5-7) y aludía parabólicamente a sus reconstrucción: "Des­truid este templo y en tres días yo lo reedificaré." (Jn. 2. 19)

   3. La raíz de sus doctrinas

   Jesús se presentó ante los hombres como portador de un mensaje de salvación. Ese anuncio salvífico no se redujo a una doctrina excelente, comparable más o menos con las enseñanzas de otros grandes personajes de la historia del pensamiento o de las creencias.
   El tono misterioso y personalizado en él fue la tónica de su anuncio. Anunciaba que la salvación vendría con su  muerte. Entonces "todo lo atraería hacia sí" (Jn. 19.28). Precisamente por eso Jesús y su doctrina no son equiparables con los demás fundadores religiosos.
   Lo original de Jesús se halla en su audacia para proclamarse "Camino, ver­dad y vida" (Jn. 14. 6) y en declararse venido para ser "la luz del mundo." (Jn 12. 45). Se ponía en el centro de ese mensaje; y no lo señalaba como enseñanza ética para su cumplimiento, sino como referencia escatológica para la salvación universal.
   Es su persona la que se sitúa en el centro de la fe. Es el objeto de la fe. “El que cree en mí" (Mt. 16. 8; 17. 20; 21. 21; Mc. 4. 40), dice con frecuencia, "ése tendrá la vida eterna". No dice el que me crea "a mí", sino "en mí".
   Jesús exige que se crea en su propia persona; quiere ser el objeto de esa fe. "Cuando uno cree en mí, no es en mí en quien cree, sino en Aquel que me ha enviado." (Jn. 12.44)
   Esto resultaba violento para los oídos de muchos oyentes, como resulta sor­prendente aun hoy para quien no mire a Jesús como enviado de Dios. Pero no por eso Jesús ocultaba la verdad arreba­tadora que llevaba dentro. Por eso era exigente al reclamar la fe en sus pala­bras: "Si alguien se aver­gon­zare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su majestad y en la de su Padre y de los santos ángeles." (Lc. 9. 26)
   Lo dice con tanta persuasión y clari­dad que hasta rechaza a los no asuman tan novedoso mensaje, aunque muchos no lo puedan entender. "Bienaventurado aquel que no tomare en lo que digo de mí ocasión de escán­dalo" (Mt. 11. 6)


 
  

 

4. Líneas básicas de su mensaje

   Jesús se presenta como mensajero divino que reclama adhesión: "El que esta unido conmigo da mucho fruto... el que no lo está es cortado y echado al fuego." (Jn. 15. 3-16)
   Son muchas las líneas, ideas básicas o formas de explorar el núcleo esencial del mensaje de Jesús.

   Podemos resumir algunas de ellas:

   4.1. Enlaza con los profetas

   Es consciente de que los profetas han hablado de él: "Escudriñad las Escrituras: ellas dan testimonio de mí" (Jn. 5. 39). Pero se declara por encima de todos los antiguos Profetas y Patriarcas, ya que es El quién cumple sus profecías. Es superior a Jonás y a Salomón (Mt. 12. 41; Lc. 11. 31); es mayor que Moisés y Elías (Mt. 17. 3; Mc. 9. 4; Lc. 9. 30); se siente por encima de David, que considera al Cristo como su Señor. (Mt. 22. 43; Mc. 12. 32; Lc. 20. 42).
   Es tan grande, que el más pequeño en el reino de Dios por El fundado, será más que el mismo Juan Bautista, a quien de­clara el "mayor de los nacidos de mujer" (Mt. 1. 1; Lc. 7. 28).

 

 

   

 

  

  4.2. Proclama la "metanoia"

   Con la llamada a la nueva vida, a la penitencia, a la conversión, inicia su mensaje y su predicación. Su referencia de partida es el Jordán.
   Por eso alaba de manera especial al Bautista, al cual se presenta como su Precursor, y cuyo mensaje es de conversión, de fidelidad a la verdad y al Espíritu Santo. (Mc. 1. 14; Mt. 3. 17). "Si no hacéis penitencia todos pereceréis" (Lc. 13. 5; Mt. 3. 4).
   Jesús comenzó su itine­rario evangelizador con el mismo mensaje del Bautista. La penitencia que Jesús reclama es el bien obrar: "No el que dice Señor, Señor, entra en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre". (Mt. 7. 21).
   La llamada a la conversión de los pecadores y su pre­ferencia por las ovejas descarriadas de Israel es uno de los rasgos más entrañables de su mensaje inicial de misericordia. (Jn. 10. 1-16)

   4.3. Organiza a sus seguidores

   Sus discípulos, que hasta fueron "72" (Lc. 10.1) en algún momento y sus "12" elegidos como Apóstoles, (Mt. 4. 18-25; Mc. 1. 16-20) estaban destinados a llevar el men­saje a todo el mundo. Jesús los prepara para ello.
   Incluso los iba enviando a preparar el terreno "por donde El mismo había de pasar a predicar." (Mt. 10. 5-15; Mc. 6. 6-13; Lc. 9. 1-6)
   Mas tarde los envió de "dos en dos" (Lc. 10.1), para dar el sentido de comunidad en sus difusión del mensaje salvador. Les dio poderes admirables, que a ellos mismos le llenó de gozo y sorpresa: "Hasta los espíritus se nos someten en tu nombre." (Lc. 10.17)
   Incluso es clara la intención de que ese anuncio llegue a todos: "Id y predicar a todas las gentes del mundo" (Mt. 28. 19), "hasta que se forme un solo rebaño y un solo pastor" (Jn. 10. 16)

   4.4  Proclama el Reino de Dios

   Jesús multiplica a lo largo de su predicación sus reclamos al Reino de Dios y entiende por tal, al estilo profético, el triunfo del bien sobre el mal.
   Prefiere las referencias al Reino de Dios en forma de parábolas (Mt. 13. 10-46; Mc. 4. 13-20) ante que en sistemas morales de vida o en doctrinas generales. Y se apoya en las pruebas de sus milagros. "Si no me creéis a mí, creed a las obras que hago en nombre de mi Padre." (Jn. 5. 19-30). Y compromete a todos los que quieran se­guirle a renunciar a sus intereses particulares, y a tomar la cruz y a caminar con él. (Mt. 10. 36 y 16.24)

   4.5. Reclama la fe.

   La fe es la llave del nuevo Reino que proclama. Hasta tal punto lo es, que sus pruebas se la ofrece sólo a los que dan muestras de ella. "Todo es posible si tienes fe" (Lc. 17. 5-6). Cuando no hay fe, "Jesús no hace signos entre ellos". La fe es la condición personal previa para recibir la vida eter­na y para no ser con­denados.
   El mensaje de Jesús no esta constitui­do por sus palabras, sino por su misma Persona. Por eso, la fe que Jesús fomenta no es la aceptación de sus enseñanzas, sino la adhesión a su Persona. (Mt. 6. 30;  Lc. 17. 5;  Lc. 8. 25).
   La fuerza de la fe que Jesús reclama a los suyos está en la conciencia misma de su origen divino. Es claro al respec­to. Da testimo­nio de que ha sido enviado por el Padre (Jn. 5, 23 y 37; 6. 38 y 44; 7. 28.). Se sabe venido del "del Cielo" (Jn. 3. 13; 6. 38 y 51) o "de arriba" (Jn. 8. 23). Ha salido de Dios, o del Padre, y vuelve a El. (Jn. 8. 42; 16. 27).
   Jesús expresa con estas pala­bras su preexistencia en Dios. Puesto que su relación con Dios se define como filiación, es obvio que su preexistencia es equivalente a la del mismo Dios.

   4.6. Se siente Señor del sábado

   Cuando los judíos le censuran por quebrantar el sábado, Jesús los rechaza con el siguiente argumento: "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso yo obro también." (Jn. 14. 17). Con ello, Jesús reclama en sus acciones completa igualdad con el obrar del Padre.
   Así como el descanso sabático no impide a Dios ejercer su acción conser­vadora y rectora del mundo, de la misma manera el precepto sabático no le estorba tampoco a Él para realizar la curación milagrosa.
   Los fariseos ven expresada en esta frase de Jesús la igualdad esencial con Dios y la filiación divina consustancial: “Por esto los judíos buscaban con más hinco matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios Padre, haciéndose igual a Dios." (Jn. 7. 30; 10. 39; 11. 26).

   4.7. Da un mandamiento nuevo

   Lo más significativo de su mensaje es el amor al prójimo. Lo constituye en distintivo de sus seguidores. Y hace caer en la cuenta que es el amor a los hombres lo que hace posible la salvación en la otra vida. Sus reclamos sobre el amor son tan intensos, que desde los primeros tiempos no habrá otra señal superior para los cristianos. (Jn. 13. 34; Jn. 15.9; Mc. 12. 31)
   El amor al prójimo se convierte en el signo de Jesús. El amor a los demás pasa por la renuncia al propio yo, por el servicio generoso y también por el desprendimiento de los propios bienes en favor de los necesitados.
   Jesús exige de sus discípulos un amor que supere todo amor creado, el cual está hecho de renuncia y fidelidad". "Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no merece ser mío; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco merece ser mío". (Mt. 10. 37)
   Llega su precepto tan lejos que exige incluso que entreguen la vida por Él (Mt. 10. 39) "Quien perdiere su vida por mí, la hallará." (Lc. 17. 33)

   5. Alma del mensaje: Hijo de Dios

   El gran mensaje, el centro y alma de su predicación, de su doctrina, se halla en la revelación de su propia divinidad.
   Los títulos que Jesús se da y los dere­chos que se atribuye sólo se en­tienden en este contexto profético. Se sabe y se siente el Emmanuel (Dios con nosotros: Is. 7. 14; 8. 8). Se proclama enviado divino, pero también Dios e Hijo de Dios.
   Sus títulos brotan en torrente de ese presupuesto: Admirable, consejero, Dios, Varón fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz. (Is. 9, 6)

   5.1. La expresión "Hijo de Dios".

   La idea que Jesús tiene de sus Padre aparece continuamente en sus enseñanzas. Jesús se declara íntimamente dependiente de su Padre: ”Todas las cosas las ha puesto el Padre en mis manos. Y nadie conoce al Hijo, sino Padre; ni conoce ninguno al Padre, sino el Hijo, y aquel a el Hijo quisiera revelar­lo". (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22)
   Este texto de los Sinópticos, que tanto sabor tiene a S. Juan, refleja la visión más honda de la conciencia que Jesús poseía de ser el Hijo de Dios y de su identidad divina. Jesús sabe perfectamente que ha recibido de su Padre la plenitud de la verdad revelada y del poder divino. No se siente un profeta más, como los del Antiguos Testamento.
   Con las palabras: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre", quiere decir que su ser es tan divino como el del Padre Dios. No es un enviado de Dios como los demás, sino el Hijo de Dios.

 

   5.2. Revelación regresiva.

   Con toda probabilidad, la comunicación de la divinidad de Jesús no la for­muló a sus seguidores en los primeros días. Fue el final de un itinerario "catequístico" de preparación, consolidación y personalización del mensaje.
   En ese itinerario, como en toda catequesis, Jesús situó su manifestación divina. En el contexto de ese proceso, lento y flexible, se acomodó a cada uno, desde Pedro el fogoso, hasta Natanael el prudente, desde Mateo el recaudador hasta Juan el joven pescador. Les preparó para asumir su misterio.
   Cuando llegó un momento de crisis, y muchos de los seguidores se marcharon escandalizados por sus palabras y diciendo: "Dura es esta doctrina ¿Quién podrá tragarla?", Jesús preguntó a los más fieles, a los Doce: "¿También voso­tros queréis dejarme?”  Entonces estaban ya preparados para res­pon­der por labios de Pedro: “¿A quién iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna." (Jn. 6. 67-69)

   5.2.1. La primera revelación.

   La refleja el Evangelio de Lucas y la sitúa en los años infantiles de Jesús. Tiene lugar en el Templo de Jerusalén, cuando sus padres le encuentran después de buscarle tres días (o al tercer día). (Lc. 2. 41-49)
   A la pregun­ta quejosa de su madre: "Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira cómo tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos an­dado buscando". Respondió Jesús: "¿Cómo es que me buscabais?¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que mi­ran al servi­cio de mi Padre?" (Lc. 2. 49).
   Mientras María habla como madre, Jesús alude a su relación filial con el Padre celestial, que le impone deberes más elevados. Su relación de filiación humana ha de supeditarse a la filiación divina, como indicando que lo que Dios quiere no deben dificultarlo los hombres.

   5.2.2. Filiación diferente.

   Distingue claramente el modo como Él es Hijo de Dios del modo como lo son sus discípulos. Cuando habla de su rela­ción con su Padre celestial, dice siem­pre: "Mi Padre". Cuando habla de la relación de sus discípulos con el Padre celestial, siempre dice: "vuestro Padre" o "tu Padre". No se iguala Jesús con sus discípulos diciendo "nuestro Padre", ni siquie­ra cuando habla de sí y de sus discípulos al mismo tiempo. (Mt. 25. 34; 26. 29; Lc. 2. 49; 24. 29; Jn. 20. 17)
   Es observación semántica de valor relativo, pero puede ser una pista de reflexión catequística sobre este aspecto central de su mensaje. El "Padrenuestro" no es su oración, sino la que enseña a sus discípulos para que éstos aprendan a orar. (Mt. 6. 9-13)

   5.2.4. Testimonio del Padre.

   Al ser bautizado Jesús en el Jordán, resonó una voz celestial: "Tú eres mi Hijo amado; en Ti tengo puestas mis complacencias". (Mt. 3. 17;  Mc. 1. 11;  Lc. 3. 22). Mas tarde Juan resaltaría que el mismo Espíritu se lo había anunciado.
   En la transfiguración del monte Tabor, salió de la nube una voz que decía: "Este es mi Hijo amado (en el cual tengo puestas mis complacencias (Mt), a quien debéis escuchar." (Mt. 17. 5; Mc 9. 7; Lc. 9. 35)

   5.2.5. Culmina al despedirse.

   En el discurso de despedida ofrecido a sus discípulos en la Ultima Cena, Jesús expone la idea de la inmanencia y mutua compe­netración esencial entre el Padre y Él. (Jn. 14. 9-11). Recuerda a sus discípulos su origen y les prepara para la próxima y traumática despedida.
   Su comunicación es evidente cuando afirma: "Salí de Dios y vine al mundo, ahora dejo el mundo y me vuelvo a Dios".
   Los discípulos dicen: "Ahora hablas claro y no en parábolas, ahora sabemos que Tú lo sabes todo y creemos que vienes de Dios." (Jn. 16. 27-30)

   5.2.6. Las otras afirmaciones

   En el camino de su predicación quedó una cadena hermosa de declaraciones, entre las cuales se halla la confesión de Pedro narrada por los evangelistas. Pedro dijo sin rodeos: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo" (Mt. 16.13-20)
   Y la última solemne declaración de su divinidad se dará ya en el proceso que concluye su vida terrena ante el tribunal de Israel: "Tú lo dices, lo soy; y os digo más, veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes a juzgar con poder y majestad" (Mt. 26. 64-66; Mc. 14. 62).
   Son palabras que muestran que Jesús no quiso presentarse como un Mesías en el sentido sociológico, antropológico o teocrático de los judíos (según las diversas corrientes), sino en el sentido profético y escatológico, como verdadero Mesías-Dios e Hijo de Dios consustancial con el Padre, encar­nado en el hombre que terminaría condenado a la cruz.

   5.3. Mensajero con poder divino

   Jesús se presentó investido de una autoridad divina que hacía patente ante los hombres que le contemplaban, le discu­tían, le admiraban, le rechazaban o le seguían con devoción.
   Esa autoridad se apoyaba en signos maravillosos o milagros, los cuales llenaban de sorpresa, no sólo a los beneficiados por ellos, sino también a sus adversarios. Sus signos eran la confirmación de sus palabras.
   Jesús curaba enfermos, daba vista a los ciegos, dominaba los elementos de la naturaleza, expulsaba demonios y, sobre todo, resucitaba muertos. Quien no creía sus palabras tenía que rendirse ante la evidencia de las obras que hacía en nombre de su Padre.
   Reprochaba la falta de fe en sus gestos y signos y alababa la buena disposición para creer que descubría incluso en los paganos (Mt. 8. 10-12; Mt. 15. 28), recompensaba la fe de quienes le pedían curaciones (Mt. 8. 13; 23. 22 y 29; 15, 28; Mc. 10. 52; Lc. 7. 50) y censuraba la poca fe que encontraba en los que más vínculos deberían tener con los profetas y con las tradiciones de Israel.
   Sabía quién era y obraba con su propio poder. Y sus tareas de Rabino, de Pastor, de Mesías, respondían a su plan de salvación, que era el señalado por su Padre celeste. Ese plan era la razón de su obrar terreno.

 

 
 

 

   6. Los poderes de enviado

   Jesús unió a su doctrina y enseñanzas los gestos de su autoridad. Hablaba con frecuencia en primera persona, para reflejar el poder con el que actuaba. Lo hacía con la decisión de quien hacía las propias obras.
   Lo mismo que Yaweh, Jesús enviaba profetas, sabios y doctores de la ley (Mt. 23. 34) y les prometía su ayuda (Lc. 21, 15). Lo mismo que Yaweh, Jesús se proclamaba señor de la ley del Antiguo Testamento y, con su plenitud de poderes, completaba y cambiaba las prescripciones anunciando una Nueva Ley de salvación. (Mt. 5. 21).
   Más que hablar en nombre del Padre, se declaraba una sola reali­dad con El: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn. 7. 18; Jn. 8. 57; Jn. 17. 20)
   Jesús se aplicaba a sí mismo atributos y operaciones divinas: preexistencia: "Antes que Abraham naciese, existía yo. (Jn. 8. 58); el poder de perdonar los pecados (Jn. 8.11); el oficio de juez del mundo (Jn. 5. 22 y 27); el ser digno de adoración (Jn. 5. 23); el presentarse como luz del mundo (Jn. 8. 12); el decla­rarse "camino, verdad y vida" para todos los hombres. (Jn. 14. 6)
   Tal vez sea en el poder de perdonar los pecados, donde Jesús más resaltaba la autoridad propia con la que actuaba, cuando le decían que sólo a Dios compete ese poder sagrado y singular. (Mt. 9. 2;  Mc. 2. 5;  Lc. 5. 20;  Lc. 7. 48).
   Su poder divino, el predicar y el perdonar pecados, se lo confirió a sus Apóstoles, precisamente porque fue dueño del poder para ello. (Mt. 16, 11; 18, 18; Jn. 20. 23).
 
   7. Los programas de Jesús,

   Aunque la intención de Jesús no es perfilar una doctrina sistemática y el diseño de los Evangelios es un relato natural y vital y no un sistema ideal, existen en los textos sagrados determinadas formulaciones sobre la doctrina de Jesús que poseen catequísticamente un valor singular.

   7.1. Bienaventuranzas

   Tales son las llamadas bienaventuranzas (Mt. 5. 1-12; Lc. 6. 20-26), situadas en el contexto del sermón del Monte, que refleja Mateo. (Mt. caps. 5-7)
   Es un programa que la tradición cristiana ha visto como la mejor ordenación de la vida evan­gélica. Este orden irá acompañado en los otros sinópticos (Mc. 1. 12-13 y Lc. 4. 1-13) de sentencias negativas (malaventuranzas) similares.
 
   7.2. Padre nuestro
 
  Con el texto del Padrenuestro aconte­ce algo similar (Mt. 6. 9-13). Al margen de su formulación al modo de plegaria, tenemos también el sentido programático de la vida cristiana que encierra: llamada al Padre, respeto a su Padre, perdón de los adver­sarios, confian­za en la provi­dencia divi­na, etc.

   7.3. Algunos discursos:

   Son varios los discursos puestos en labio de Jesús que aparecen llenos de consignas ordenadas. Son como un intento de ordenar los principios y las enseñanzas, con cierto estilo orgánico y sistemático.
   Algunos de ellos pueden ser recordados con singular interés catequístico:

   7.3.1. El sermón del monte:

   Mateo recoge en tres capítulos (5 a 7) un conjunto de prescripcio­nes vitales y morales, que puede ser consi­derado en programa de la predicación de Jesús. Fuera o no real "el sermón del monte", este discurso sintetiza magníficamente lo que fueron las ense­ñanzas morales de Cristo en su predicación: bienaventuranzas, la Ley, amor al prójimo, los pobres, la oración, Providencia, renuncia, etc.
   El discurso, "antes de bajar del monte", se hace terminar así: "Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es el prudente constructor de una casa firme". (Mt. 7. 26)

   7.3.2. El último discurso.

   San Juan recoge otro discurso largo de los Evangelios. Es la des­pedida en la Ultima Cena donde, en otro tono y estilo, se perfila lo que han sido las enseñanzas de Jesús y lo que debe ser la vida de sus seguidores, una vez que El se vaya, lo cual es inminente. (Juan caps. 14 a 16).
   En esta despedida Jesús habla del mandamiento nuevo, de las dificultades y persecuciones, de la venida del Espíritu Santo, de la unión con El, de la victoria sobre el mundo, de la esperanza escatológica.
   Condensa lo que ha sido su vida: un continuo cumplimiento de la voluntad del Padre. Y reclama los que ha de ser la vida de sus seguidores: amar a Dios a los hermanos.
   Al terminar el discurso, Juan recuerda: "Acabadas sus palabras, levantó los ojos al cielo y dijo: Padre, ha llegado la hora." (Jn. 17. 1)
   El llamado “Discurso de la Última Cena” es muy diferente del “Sermón de la Montaña”. En clave catequística, el de la Cena es recapi­tu­lativo y escatológico. Es despedida. El del monte es progra­mático y mo­ral. Es un plan de vida.

  

 

  

 

   

 

 

 

 

7.3.3. Los otros mensajes
 
   Entre ambos grandes discursos o sermones quedaban otros mensajes recogidos:

     * El mensaje de Cafarnaum sobre la necesidad de comer su carne y beber su sangre (Jn. 6. 22-60), programa que ahuyenta a muchos de sus discípulos.
     * La condena del fariseísmo, como modo de entender la vida religiosa, y la necesidad de un cambio de dirección en la relación con Dios. (Mt. 23. 2-39)
     * El discurso parabólico junto al Lago, que los tres sinópticos reflejan (Mt. 13. 1-52; Mc. 4. 1-24 y Lc. 8. 4-15) merece un recuerdo interesante por parte de los catequistas.
     * Interesante es el discurso recogido en Lucas sobre las condiciones del discipulado (Lc.  11. 4 a 12. 53), en donde termina declarando: "Fuego he venido a traer a la tierra,  ¿qué he de querer sino que arda?" (Lc. 12.49)
     * No menos sugestivo resulta el mensaje escatológico sobre el final de los tiempos y del templo, con el mas vivo lenguaje de los profetas antiguos. (Lc. 20. 45 a Lc. 21. 38)

     7.4. Los malos viñadores

    La culminación de los diálogos, men­sajes y disensiones con los adversarios, que no asumen el mensaje que ha ido presentando a lo largo de su ministerio, se halla en la alegoría de los malos viña­dores (Mt. 21. 33-46; Lc.20. 9-19; Mc. 12. 1-12). En ella Jesús se declara "el Hijo" y refleja a todos los anteriores profetas como "los criados" del Padre.
   Anuncia en ella cómo va a dar la vida por la viña que el Padre ha plantado. Y la va a dar a manos de los viñadores.
   Tal vez sea la parábola más entraña­ble y emotiva de todas las que aluden directamente al significado y a la misión de Jesús sobre la tierra y a la razón de su muerte.
   Es la alegoría en la cual Jesús se refie­re clarísi­mamente a sí mismo: "Le quedaba todavía uno, un hijo amado, y se lo envió tam­bién el último, diciendo: A mi hijo le respetarán. Pero aquellos viñadores se dijeron para sí: Éste es el here­de­ro. Matémosle y será nuestra la here­dad. Y, cogiéndole, le mataron y le arrojaron fuera de la viña." (Mc. 12. 6-8)
    Mientras que los profetas del Antiguo Testamento figuran en esta alegoría como los siervos que el dueño de la viña fue enviando, Jesús aparece como el hijo único y muy querido de dicho señor, y, por tanto, como su único heredero legítimo. Es alusión clarísima a la filiación divina de Jesús, que es Hijo de Dios por esen­cia.
    Lo entendieron tan bien los oyentes que reaccionaron con espanto, al escu­char que la viña pasaba a otras manos: "No lo permita Dios" (Lc. 20.16). Y hasta los "sumos sacerdotes quisieron echarle mano, pero no se atrevieron por motivo de que la gente le miraba como profe­ta." (Mt. 21. 45)
     La parábola de la viña es la síntesis más hermosa de la razón de su presencia en el mundo y del contexto histórico y humano en el que la vida de Jesús aconteció y en el que su mensaje de redención fue anunciado a los hombres de buena voluntad.
    El mensaje de Jesús, asombrosamen­te fecundo y lleno de amor, es un men­saje de alegría y de esperanza. Es el Evangelio que dos milenios lleva alumbrando al mundo. "Os he dicho todas las cosas para que tengáis paz. En el mundo vais a tener muchas luchas. Pero tened animo, yo he vencido al mundo." (Jn. 16. 33)